Sami y Lubna Abd al-Aziz: Hiyam Ali Awad, Jordania
27.02.2017Estábamos sentados con Hiyam, riendo y bebiendo café. Llevaba una vivaz bufanda de colores. Sus ojos estaban llenos de vida. Tan pronto como empezamos a montar la cámara, se arregló, y pudimos ver la emoción en su lenguaje corporal.
Lo primero que dijo: “siempre he querido que alguien documentara mi historia. Es un honor para mí que ustedes estén interesadas en mi historia”. Le sonreímos y le dijimos: “pareces lista, no parece que necesitemos hacerte ninguna pregunta”. Sus lágrimas comenzaron a fluir y su voz tembló: “recuero Ramallah, a Sami y a Lubna Abd al-Aziz, en nuestro jardín en el verano de 1967, cuando tenía 5 años, jugando afuera con mis muñecos, Sami y Lubna. Estaba haciéndole a Sami un sándwich de queso, sentada en la verde hierba del jardín. El jardín de mi familia estaba lleno de higueras y arbustos de arándanos”.
De repente, prosigue, “escuché el sonido de bombardeos y aviones militares. Mi madre me agarró la mano y solté a Lubna y Sami, dejando la boca de plástico de Sami llena de pan y queso. Entonces me encontré en un camión grande lleno de niños aterrorizados, llorando. El sonido de los bombardeos y de los aviones no se detuvo. Después de eso, escuché la voz de mi madre discutiendo con otra mujer acerca de sentarse en el asiento delantero. La discusión se sobrepuso sobre la voz insistente del conductor: «¡Entrad u os dejo a las dos aquí!». Mi corazón empezó a latir con rapidez y quería vomitar”.
“Ambas entraron y me sentí aliviada. Mis lágrimas y mi aliento se calmaron. Hubo otra incursión y entonces salimos corriendo del autobús. Corrimos hacia un campo de berenjenas para escondernos tras la cerca de alambre con púas, esperando que la incursión terminara. Cuando terminó, nos dimos cuenta de que estábamos hambrientos. Empezamos a comer las pequeñas berenjenas dulces. Llegó un gran autobús y todos nos subimos para que nos llevara a la siguiente parada”, narra Hiyam compungida.
“Mi madre me puso en su regazo. Una mujer mayor, con un colorido pañuelo en la cabeza, se sentó dos filas detrás de nosotros. Mi madre me sostuvo fuertemente contra su pecho mientras el autobús se alejaba. Poco después, otra ofensiva golpeó la parte trasera del autobús. El cuerpo de la mujer mayor estaba dividido por la mitad y había sangre estaba por todas partes. ¡Nunca olvidaré el olor a sangre y carne en ese autobús! Mi madre me agarró y corrimos rápidamente hacia los campos, verdes. Me cubrió con los arbustos para tratar de protegerme. Sólo podía oír los sonidos de los aviones de guerra y la débil voz de mi madre diciéndome que cogiera el dinero del bolsillo de su vestido bordado palestino si algo le pasaba. Después de una hora llegamos a la granja de pollos de mi tío en Karameh. Estábamos sedientos y no pudimos encontrar agua en la granja, pero encontramos una higuera y comimos de ella. Me quedé dormida, y no recuerdo cómo llegamos a Jordania…”, cuenta Hiyam con tristeza en su rostro.
Cuando terminó, respiró hondo, comenzó a llorar y dijo: “echo de menos a mi madre, es la única que sabe exactamente lo que pasé. Nunca me soltó la mano durante todo este viaje”.
Hiyam perdió a su madre por un paro cardiaco cuando tenía 13 años.