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UNRWA España - Actualidad sobre los refugiados de Palestina - La doble Nakba de las refugiadas de Palestina de Siria

La doble Nakba de las refugiadas de Palestina de Siria

La llegada a un paisaje diferente de manera precipitada, sin maletas, con las llaves en el bolsillo y sin otro plan que retornar tan pronto como sea posible. La huída de un campo de refugiados palestinos de Siria al Líbano despierta el recuerdo de la Nakba transmitido generación tras generación. El peligro ahora es la falta de ayudas y algo que nunca antes había ocurrido: la disipación de las familias.

Isabel Pérez Campo de refugiados Burj al-Barajneh (Beirut)

En el piso bajo donde vive Nisrin y parte de su familia se contiene la humedad y el mal olor con un ventilador que funciona siempre que hay electricidad. Es un día lluvioso, lo que significa un peligro extra para las niñas y los niños que corren por los callejones del campo de refugiados palestinos de Burj Al-Barajneh en Beirut donde el descontrolado cableado ha provocado no pocas muertes.

“Aquí el ambiente dentro de casa es enfermizo. Es verdad que la guerra en Siria nos ha hecho más fuertes, pero no físicamente”, explica Nisrin que desde que huyó de Yarmuk en 2013 junto a su hija pequeña sufre anemia y dolores de articulaciones.

Nisrin es la segunda generación que nació en Yarmuk, su hija Aya, la tercera. Han pasado 70 años de la Nakba y los recuerdos de esa catástrofe han cruzado más fronteras.

“Mi familia es de al-‘Abisiyya, un pueblo que no existe desde la Nakba, en mayo de 1948. Al igual que mi madre y mi padre, nací en Siria. Mi abuela sufrió la expulsión del 48 cuando era muy pequeña. Murió hace años, pero recuerdo que contaba que tenían tierras y casas de piedra. Que vivían en un paraíso”, afirma Nisrin.

Mientras espera a que la pequeña Aya vuelva del colegio de UNRWA acompañada por su padre, Nisrin acomoda a su madre, Amna, en el salón de la casa. Es la segunda habitación que hace veces de dormitorio para los hombres. Amna lleva días sin poder caminar. La falta de calcio achaca a todas.

“Todo depende de la nutrición y aquí no tenemos para pagar todo lo que necesitamos. Comemos cereales, verduras, según el dinero que tengamos compramos carne. Las ayudas son cada vez menores y la mayoría del dinero es para el alquiler”, cuenta Amna.

Amna añora Yarmuk. Relata cómo se creó, con comités locales e ingenieros. Antes de huir vivían en un tercer piso, pero podía subir sin dificultad.

“Tuvimos que salir de Yarmuk y resguardarnos en casa de unos familiares durante unos meses. Salir de casa, dejarla atrás, fue un choque emocional para mi- recuerda Amna.- Pensé que volveríamos en tres días. Nos dijeron: “no os llevéis nada”. Y finalmente no hemos sabido donde ir y hemos tenido que venir al Líbano. Es otra Nakba para nosotras”.

La disipación familiar es también un duro golpe. El núcleo familiar se mantuvo tras la Nakba y los campos de refugiados se nombraron según el pueblo de origen. La catástrofe de Siria no solo ha podado las ramas familiares, también ha atacado las raíces.

“La familia está dividida entre Siria y el Líbano – continúa Amna mientras se lleva la mano al abdomen y aprieta los dientes aguantando un nuevo dolor.- Ojalá se mejore la situación y volvamos a Siria o, mejor, ojalá volvamos a nuestra tierra de tomillo, a Palestina”.

En este segundo refugio de la familia escasean los rayos de sol y el dinero. El marido de Nisrin trabaja en la construcción, pero el pago de su jornal cada vez se dilata más en el tiempo. A Nisrin no le importaría contribuir.

“Yo trabajé como costurera al terminar el instituto. Lo hice para la familia y para mí misma como mujer – aclara la joven.- Quise descubrir el mundo más allá de Yarmuk. Aquí, en cambio, no hay mundo ni calles donde poder caminar”.

Aya aparece por la puerta. Es una niña con unos ojos grandes y una sonrisa perpetua, como la de su madre. Está contenta porque puede ir al colegio, aprender inglés y jugar con otras niñas refugiadas palestinas nacidas en el Líbano o nacidas en Siria, como ella.

Nisrin y su hija Aya. Isabel perez

“Mamá, ¿somos palestinas o libanesas? ¿O somos sirias?”, pregunta Aya tímidamente en voz baja.

“¡Mi hija tienen un trauma de identidad! – Exclama Nisrin.- En Siria nos quitaron la casa al huir, con muebles incluidos, de Palestina nos expulsaron. ¿Qué voy a decirle a mi hija sobre el futuro?”.

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