SANA
04.03.2020Tenía 28 años cuando mi esposo me abandonó.
Dijo que iba a Egipto a visitar a su familia durante una semana, e incluso dejó comida y dinero para la semana.
Eso fue hace 11 años.
Antes de eso yo solo me ocupaba de la casa, de repente se suponía que debía sacar adelante yo todo.
Primero vendí los muebles. Recibí una parte de su salario hasta que la Autoridad Palestina se dio cuenta de que estaba fuera de Gaza y nos lo retiró.
Mi hermana me dijo que dejara a mis hijos con la familia de mi esposo, pero me negué. Las cosas empeoraron y supe que tenía que encontrar trabajo.
Trabajaba en casas particulares cuidando a personas mayores, incluso cambiándoles los pañales. Era un trabajo duro y mi entorno lo desaprobaba. Las esposas de mis hermanos los confrontaron, cuestionando por qué lo hacía, y me insultaron. Le dije a mis hermanos: “Vale, lo dejaré si me ayudáis”. Obviamente tuve que continuar.
Trabajaba todo el tiempo, incluso durante el Eid, para ganar dinero. Llegué a abrir una tienda, pero las mujeres de la zona se ponían celosas y me preguntaban: “¿Por qué nuestros hombres vienen a tu tienda y te compran?” Fue difícil ir en contra de las ideas de la gente de lo que podía y no podía hacer.
Tras ocho años, me di cuenta de que era necesario que me divorciara para solicitar la asistencia del gobierno. Tuve que enfrentarme al estigma de ser una mujer divorciada y preguntarme si valía la pena. Decidí que sí la valía. Solicité asistencia legal para abrir un caso y en dos meses me divorcié. Eso fue hace tres años. Si lo pienso ahora, ¡fue mucho más tarde de lo que debería haber sido!
En la época de nuestras madres, los hombres podían abandonar a sus esposas y familiares, pero no tanto como ahora. Con el bloqueo y el alto desempleo, la mayoría de los hombres no tienen trabajo. Esto supone una gran carga para las mujeres de Gaza. Tienen que pensar en todo lo que se les ocurra para superar los desafíos y encontrar fuentes de ingresos.
Los jóvenes también tienen dificultades. Después de estudiar durante años en la universidad, no encuentran trabajo y esto les afecta psicológicamente.
La situación ha destruido los sueños de madres e hijos. Yo soñaba con que mis hijos fueran a la universidad, pero me di cuenta de que los graduados no encontraban trabajo.
Mi hija soñaba con ser abogada, pero no podía pagarlo y sabía que no conseguiría trabajo después. Mi hijo mayor soñaba con ser periodista pero lo animé a ser peluquero mientras aún estaba en el colegio. He apoyado mucho su negocio, también con las ayudas de UNRWA, y le está yendo bien. Estoy orgullosa de él y espero que su negocio prospere. Antes queríamos que nuestros hijos estudiaran artes y fueran profesionales. Ahora les enseño a los míos a ser trabajadores y ya está.