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UNRWA España - Actualidad sobre los refugiados de Palestina - El demoledor coste de la violencia en Gaza

El demoledor coste de la violencia en Gaza

Por Louise Wateridge

Mi equipo, mis amigos, son la razón por la que estoy donde estoy hoy.

Esto, inevitablemente, se convertirá en un homenaje a ellos, pero también a la Gaza que tuve la suerte de conocer. Quienes hayan conocido Gaza entenderán exactamente a qué me refiero. La Gaza que existía antes de la inimaginable devastación de ahora eclipsa su memoria.

Los primeros meses de esta brutal guerra fueron un borrón de mensajes de voz de amigos que se despedían pensando que no sobrevivirían a la noche. A esos mensajes desesperantes les seguía un silencio agonizante. Las palabras de Mona todavía me persiguen: “Si no nos volvemos a encontrar, recuérdame. Recuérdame a mi hijo”.

La hija de Mohammed, Sama, nació el 31 de octubre de 2023 en la ciudad de Gaza. Las ambulancias estaban desbordadas para atender a las víctimas de los bombardeos, y él tuvo que esquivar los ataques para llevar a su esposa a un hospital. Ella dio a luz rodeada de muerte.

Unas semanas después, la hija de cuatro años de otro compañero, Salma, recibió un disparo en el cuello por parte de las fuerzas israelíes cuando la familia intentaba huir de la ciudad de Gaza. Murió en sus brazos en la calle. El dolor se ha grabado para siempre en su rostro.

 A principios de este año, perdimos el contacto con Hussein durante una semana, cuando la base de la ONU en la que se refugiaba su familia fue sitiada, rodeada por tanques y atrapando a más de 40.000 personas en su interior. El último mensaje que recibimos de él: “Nos están disparando en el patio”. Se negó el acceso a las ambulancias y a los equipos de emergencia. Cuando finalmente pudimos comunicarnos con él, estaba enterrando los cuerpos de los muertos en el patio, incluidos niños.

Algunas de las imágenes más impactantes de esta guerra fueron tomadas por mi compañero Abdallah. En febrero, Abdallah fue alcanzado por un ataque mientras documentaba el norte de Gaza. Un sábado por la tarde, nos informaron de que había muerto. Recuerdo vívidamente cómo se me escapaba el aire de los pulmones y no podía volver a llenarlos. El lunes, alguien había encontrado a Abdallah en un hospital, vivo, con ambas piernas amputadas. Poco después, perdimos contacto con él durante catorce largos días, mientras los médicos luchaban por mantenerlo con vida en Al-Shifa, mientras todo el hospital estaba bajo asedio israelí. Milagrosamente, después de cuatro intentos, la ONU finalmente lo localizó.

Y luego llegó el mes de abril. Por fin me permitieron entrar en Gaza, por primera vez desde que empezó la guerra. El primer lugar que visité fue un hospital de campaña en Rafah, donde a Abdallah apenas lo mantenían con vida. Estaba en una tienda de campaña en la arena. Los médicos nos informaron de que sólo le quedaban unos días de vida, porque no tenían el equipo ni los medicamentos necesarios para seguir tratándolo. Mis dos compañeros con grupos sanguíneos compatibles donaron su sangre en el lugar, sólo para mantenerlo con vida. Dos largos meses después de ser alcanzado, se aprobó su evacuación médica, apenas unos días antes de que se cerrara definitivamente el cruce de Rafah. Hasta el día de hoy, resulta difícil creer que sobreviviera.

En mayo, todo se vino abajo ante nuestros ojos. La alegría que compartimos al reunirnos y el alivio de que Abdallah estuviera a salvo duraron poco, pues comenzaron las incursiones militares en Rafah. Era caos, pánico y terror. Me quedé atónita al presenciar, en primera persona, cómo más de un millón de personas eran desplazadas a la fuerza de una zona confinada en tan solo unos días. Una de las primeras personas que conocí que huyó de Rafah fue Jamal. Siguió las instrucciones de las notas de evacuación forzada que cayeron del cielo y trasladó a su familia a Deir al Balah. Esa misma noche, murió en un ataque israelí mientras dormía con su familia. 

Una de las últimas personas que conocí que huyó de Rafah fue Mohamed. Tenía un miedo profundo que no expresaba y negaba lo que estaba sucediendo a nuestro alrededor. Los ecos de “pero ¿adónde vamos?” llenaban cada mirada ansiosa y cada conversación. Mohamed se quedó hasta esa noche –la noche en que un niño sin cabeza fue sacado de una tienda de campaña en llamas después de un ataque israelí– tristemente célebre porque las imágenes circularon por todo el mundo. “Todos los ojos puestos en Rafah”, dijeron.

Afuera, parecía que nadie sabía o entendía que esto sucedía todas las noches, pero las imágenes no siempre salen de las pesadillas de la gente para reproducirse en los medios de comunicación del mundo. Los gritos de los niños quemándose vivos e indefensos alrededor de Mohamed todavía suenan en su cabeza todas las noches.

Si has leído hasta aquí, entonces sabrás por qué estoy aquí, en Gaza. Comprenderás por qué mi vida ha estado paralizada, para hacer lo que puedo, para pasar tiempo con mis amigos e informar sobre los continuos horrores que han envuelto sus vidas. Informar sobre las familias que nos gritan desesperadas, desesperadas por obtener información sobre sus seres queridos que han estado detenidos durante meses. Informar sobre los cadáveres que vemos de personas alrededor de los puestos de control, abandonados a su suerte.

Informar sobre niños pequeños en hospitales a los que les faltan partes del cuerpo después de ataques en las “zonas humanitarias”. El hermano de Mona, asesinado. La hija de Hussein, asesinada. El primo de Rajaa, asesinado. Aquí, se considera que tienes suerte si sabes realmente si tu familia está viva.

Los periodistas que están sobre el terreno arriesgan su vida y su integridad física cada día para mostrar al mundo los horrores que consumen a sus amigos, sus familias, sus vecinos. ¿El mundo sigue mirando? ¿Se cansó todo el mundo de oír hablar de niños asesinados de todas las formas posibles?

Asesinados por ataques, muertos enterrados bajo escombros, muertos por desnutrición, muertos por bombardeos en hospitales, muertos en incubadoras que se apagan por falta de electricidad. ¿Muertos simplemente por existir? Una sociedad entera es ahora un cementerio, pero nadie ha tenido el lujo de poder llorar, porque están ocupados intentando sobrevivir.

Comida, agua, atención médica, seguridad, ¿cómo es posible que estemos terminando otro año y que se sigan privando necesidades tan básicas? 100 rehenes siguen en Gaza, sus familias esperan desesperadamente su regreso y noticias de que están a salvo. Más de dos millones de personas están atrapadas. No pueden escapar. No hay salida.

En mi caso, nunca olvidaré haberle cantado el feliz cumpleaños a la pequeña Sama, que ya tiene un año. Todos unidos en la determinación de ser más ruidosos que las bombas que caen a nuestro alrededor y sacuden el suelo en el que nos encontramos.

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