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UNRWA España - Actualidad sobre los refugiados de Palestina - “Odiamos que llegue la noche por miedo a lo que trae”

“Odiamos que llegue la noche por miedo a lo que trae”

Soy Haneen Harara, tengo 27 años, estoy casada y tengo tres hijos uno de dos años, otro de tres y otro de siete. Vivimos en el barrio de Sabra, en el centro de la ciudad de Gaza y como gazatí me es imposible olvidar lo que ocurrió hace ya seis meses. Ha pasado el tiempo desde la ofensiva que sufrimos en mayo, pero nos es imposible olvidar. La recordamos como si fuera ayer. 

Una semana antes del ataque a Gaza, una de las áreas más densamente pobladas del mundo, con más de dos millones de personas viviendo, nos preparábamos para celebrar nuestro Eid, una festividad musulmana, tras pasar 30 días de ayuno en el mes de Ramadán.  

El 6 de mayo de 2021 por la noche, dos días antes del Eid y mientras todas las familias de Gaza preparaban el desayuno como de costumbre en Ramadán, escuché a mi esposo Hazem decir que un grupo de personas de nuestro vecindario habían sido asesinadas. Llame a Tamara Almasry, una vecina, para asegurarme de que estuvieran a salvo. Cuando escuché su voz me aterroricé: “Mataron a nueve civiles, Haneen. Ocho son de mi familia”. No puedo ni imaginar cómo pasó la noche Tamara. El ejército israelí convirtió nuestra festividad en una masacre. 

El día siguiente estuvo lleno de movilizaciones. La situación en Gaza y Jerusalén era muy tensa. Yo estaba confundida. Por un lado, quería comprar a mis hijos regalos, ropa y los dulces por el Eid. Por otro, muchas familias habían perdido a sus hijos y ya no podrían hacer eso. Me sentía fatal. Qué impotencia. 

En mi familia somos cinco y vivimos en una casa sencilla. Lo hacemos lo mejor que podemos para proteger a nuestros hijos y preferimos quedarnos en casa para escapar de cualquier peligro que pueda suceder. En Gaza la muerte está en todas partes y todos somos un objetivo.  

A mediodía, mis primos vinieron a mi hogar para escapar de los bombardeos israelíes que tenían como objetivo las casas de civiles en el este de Gaza.  

Éramos 12. Nos organizamos para dormir en una habitación y en la sala de estar. Teníamos miedo. Miedo de que nuestros bebés se despertaran gritando en medio de la noche por las bombas y los ruidos de las casas destruidas. Muchos de nuestros barrios fueron atacados. El fuego, el humo, los cohetes…era horrible. 

Sientes que nadie puede ayudarte. Nadie puede salvarte porque todos estamos en la misma situación. Miraba a mi alrededor, a las esquinas de la casa, buscando un lugar seguro. 

Utilicé Facebook para mantenerme informada y al actualizar la página me sorprendió leer que una casa fue destruida mientras su dueña dormía dentro. Leí su nombre y me impactó. Era mi amiga Reema que tenía dos hijos de tres y siete años y estaba embarazada de cuatro meses. Otro de mis parientes, agricultor, también fue atacado y un edificio con viviendas de familiares tampoco se escapó. Es la peor agresión que he vivido.  

Decenas de personas fueron asesinadas y heridas, incluidas niñas, niños, mujeres y ancianos. Bombardearon escuelas, viviendas, todo tipo de propiedades, locales comerciales, calles, agencias de medios, líneas de telecomunicaciones, redes eléctricas, acueductos, alcantarillado. Las cafeterías junto a la playa, las fábricas, las tiendas, los centros de caridad, los institutos de formación… 

Una mujer refugiada de Palestina cocina entre los escombros de la que era su vivienda.

Más de 80 ataques aéreos israelíes en 30 minutos tuvieron como blanco esa noche hogares, las calles y la infraestructura. Nos quedamos sin agua, luz, ni Internet. Desde entonces odiamos que llegue la noche por miedo a lo que trae. 

Las madres ocultábamos nuestras lágrimas y miedo para proteger a nuestros pequeños. Nos despertábamos todas las mañanas para agradecer que estábamos vivas. Y lo hacíamos todas las mañanas para decirle al resto del mundo el significado de la vida, la resistencia y la dignidad. Tenemos que seguir manteniéndonos lo suficientemente fuertes para luchar por nuestros derechos, por nuestra vida. 

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