La historia de Sama: una nueva vida en un refugio de UNRWA
19.12.2023Mona, personal de UNRWA en Gaza
Más de 13.000 personas desplazadas de los alrededores de la ciudad de Gaza y del norte se han refugiado en una de las escuelas de UNRWA en Deir al-Balah, y viven hacinadas en sus 80 aulas. De los muchos niños que se encuentran en este refugio, 400 tienen menos de un año y 42 de ellos nacieron dentro de sus muros.
La puerta de la escuela, destinada a recibir a los estudiantes con sus mochilas y libros, ahora está llena de familias desplazadas. Niños y niñas, personas mayores, mujeres y jóvenes. La mayoría lo han perdido todo: sus hogares, sus medios de subsistencia, sus seres queridos y sus amigos. Sólo cuentan los unos con los otros para apoyarse en estos momentos. Las aulas están llenas de mujeres y niños cansados y hambrientos, mientras los hombres instalan tiendas de campaña en el patio de la escuela, aprovechando cada centímetro de espacio y sin apenas privacidad.
El refugio está situado en el campamento de refugiados de Palestina de Deir al-Balah. Carece de infraestructura básica y sufre problemas de saneamiento. Un charco de aguas residuales estancadas frente a la escuela atrae insectos y moscas, creando un ambiente insalubre para los niños, especialmente los recién nacidos.
Después de un breve recorrido por las tiendas de campaña y las aulas, conocimos a seis recién nacidos a los que se les negó el lujo de la estabilidad en su nacimiento. Su llegada estuvo marcada por la guerra. Una de ellas es la bebé Sama, que nació pocos días después de que su madre se embarcara en el arduo viaje desde el norte.
Los primeros llantos de Sama se produjeron mientras seguían lloviendo los ataques aéreos sobre la franja de Gaza. La bebé, desde su nacimiento, ha estado rodeada de los interminables sonidos de los bombardeos. Hasta hace apenas unos días, estaba acurrucada en lo que se supone es uno de los lugares más seguros del mundo: el útero de su madre. No sabía que entraría en el lugar más peligroso de la Tierra para los niños.
Su madre, Samah Shallah, que tiene otros cinco hijos, me narró su desgarradora historia de desplazamiento. En su última semana de embarazo, huyó de su casa, ahora reducida a escombros, con sus hijos. Debajo de las ruinas se encuentran todos sus recuerdos, el trabajo de su vida.
“Salimos de nuestra casa a toda prisa, hubo bombardeos por todas partes. No podíamos llevar nada con nosotros. Salimos de nuestra casa bajo fuego. Luego, caminamos un largo camino hasta la calle Salah al-Din, arrastrando a mis hijos conmigo, durante mi última semana de embarazo. Podría haber dado a luz al bebé en cualquier momento. Ni siquiera logré llevar ropa para el bebé”, dice, y añade: “Llegamos a una escuela de UNRWA en Deir El-Balah, que se había convertido en un refugio. Apenas unos días después, me puse de parto y una ambulancia me llevó al hospital, donde di a luz a mi bebé, Sama”.
“No tenía nada conmigo, ni siquiera un trozo de tela para envolverla y protegerla del frío del invierno. Algunas mujeres del refugio le reunieron algo de ropa, pero eso no fue suficiente para el frío cada vez mayor del invierno que se acercaba, especialmente por la noche. Entonces la abrazo todo el tiempo para mantenerla caliente”, dice.
La guerra ha destrozado la esperanza en el futuro y ha eliminado la posibilidad de elegir. Aquí las madres deben pasar hambre para poder alimentar a sus hijos con la poca comida que tienen. Como madre, conozco bien las necesidades de nutrición, higiene personal y tranquilidad en el posparto.
Le pedimos a Samah que nos contara cómo se las arregla en el refugio después de dar a luz a Sama, quedándose en un aula con más de 100 personas, con el olor de la leña que se utiliza para cocinar, cuando hay comida disponible.
“¿Tenemos alguna otra opción? Aquí el olor a aguas residuales está por todas partes y el agua contaminada se acumula delante de la puerta de la escuela y en los baños. No puedo ir al baño y ni siquiera puedo lavar a mi hija recién nacida. Logré ir a lavarme a la casa de un pariente cercano. Pero esto no es una solución. Es humillante. En lugar de celebrar el nacimiento de mi hija, busco un lugar para lavarla en privado. Cuando hay comida disponible, alimento a mis hijos”, dice. “Todavía usan la ropa de verano con la que huímos. Los veo temblar de frío por la noche y no puedo hacer nada por ellos excepto abrazarlos lo más fuerte que puedo para darles un poco de calor”, añade Samah.
Un adulto puede soportar el hambre, pero un niño, sin otro medio para expresar sus necesidades que el llanto, no entenderá los sonidos de las explosiones en el exterior ni la falta de comida. Sama, al igual que todos los demás niños supervivientes de Gaza, está viviendo esta guerra con frío, sin hogar y hambrienta.